2 de octubre de 2011

Resident Evil Hora Cero(libro)

Bueno mis queridos amigos hoy les traigo el libro Resident Evil Hora Cero.
Lo voy a subir de a capitulos porque sino se me agotan las ideas.
El libro trata sobre el equipo brabo de S.T.A.R.S y su prinsipal personaje rebeca chambers.leanlo esta muy bueno



El tren se mecía bamboleante mientras atravesaba los bosques de Raccoon. El estruendoso traqueteo de las ruedas se repetía como en un eco en los truenos que rasgaban el cielo del ocaso.
Bill Nyberg hojeó el expediente Hardy, que había sacado del maletín que
tenía a sus pies. Había sido un día muy largo, y el suave balanceo del tren lo adormilaba. Era tarde, más de las ocho, pero el Expreso Eclíptico estaba casi lleno,
como solía pasar a la hora de la cena. Era un tren de la compañía y, desde la renovación —Umbrella había gastado mucho dinero para dar  un aire retro al vagón restaurante, desde los asientos de terciopelo hasta las lámparas de lágrimas—, muchos de los empleados llevaban allí a su familia o amigos para que disfrutaran del ambiente. Normalmente había unas cuantas personas de fuera de la ciudad que hacían trasbordo en Latham, pero Nyberg habría apostado a que nueve de cada diez pasajeros trabajaban para Umbrella. Sin el apoyo del gigante farmacéutico, Raccoon City ni siquiera sería una área de descanso en la carretera.
Uno de los camareros pasó a su lado y lo saludó con un leve movimiento de cabeza al ver la pequeña insignia de Umbrella en la solapa de su chaqueta, lo que identificaba a Nyberg como un pasajero habitual. Nyberg le devolvió el saludo. En el exterior, el resplandor de un relámpago fue seguido rápidamente por el estruendo de otro trueno. Al parecer se avecinaba una tormenta de verano. Incluso en el agradable frescor del tren, el aire parecía cargado con la tensión de la lluvia inminente.
Y mi gabardina está… ¿en el maletero? Fantástico.
Tenía el coche al final del parking de la estación. Antes de llegar a la mitad del camino ya estaría calado.
Suspirando, volvió a centrar la atención en el expediente mientras se arrellanaba en el asiento. Ya había revisado el material varias veces, pero quería estar seguro de cada uno de los detalles. Una niña de diez años llamada Teresa Hardy había participado en la prueba clínica de un nuevo medicamento pediátrico para el corazón: Valifin. Resultó que la droga hacía exactamente lo que se esperaba de ella, pero también causaba fallos renales, y en el caso de Teresa Hardy el daño había sido muy severo. Sobreviviría, pero probablemente tendría que someterse a diálisis  el   resto   de   su   vida.  El   abogado  de   la   familia  pedía  una   fuerte indemnización. El caso tenía que resolverse con rapidez, porque la familia Hardy pretendía mantenerse a la espera hasta poder arrastrar a su doliente querubín de rosadas mejillas ante un tribunal en una sala atestada de periodistas. Y ahí era donde Nyberg y su equipo entraban en acción. El truco consistía en ofrecer lo justo para satisfacer a la familia, pero no lo suficiente como para que su abogado, uno de esos leguleyos del tres al cuarto de «nosotros no cobramos a no ser que usted cobre», viera el cielo abierto. Nyberg sabía cómo tratar a esos cuervos que se presentaban en la cama del paciente incluso antes que el médico; lo tendría todo solucionado antes de que Teresa regresara de su primer tratamiento. Para eso le pagaba Umbrella.
La lluvia salpicó ruidosamente la ventana, como si alguien hubiera lanzado un cubo de agua contra el cristal. Sorprendido, Nyberg miró hacia el exterior. Justo entonces varios golpes secos resonaron sobre el techo del tren. Perfecto. Iban a tener hasta granizo.
El destello de un rayo rasgó la creciente oscuridad e iluminó la pequeña
colina empinada que se hallaba en la parte más profunda del bosque. Nyberg alzó la mirada y vio una alta figura recortada contra los árboles en la cima de la colina, alguien con un abrigo largo o una túnica oscura sacudida por el viento. La figura alzó los brazos hacia el furioso cielo… y el resplandor del rayo se desvaneció, sumergiendo de nuevo en sombras la extraña escena.
—¿Qué demonios…? —comenzó a decir Nyberg, y más agua golpeó el cristal. Pero no era agua, porque el agua no se quedaba enganchada formando gruesas
masas oscuras, porque el agua no babeaba ni se abría para mostrar docenas de brillantes dientes afilados como agujas. Nyberg parpadeó sin saber qué era lo que estaba viendo. Alguien comenzó a gritar en la otra punta del vagón, un alarido largo y estridente, mientras más de las oscuras criaturas parecidas a babosas del tamaño del puño de un hombre se lanzaban contra las ventanas. El sonido del granizo al caer sobre el techo pasó de repiqueteo a torrente, y su estruendo ahogó los muchos nuevos gritos.
¡No es granizo, eso no puede ser granizo!
Un pánico ardiente recorrió el cuerpo de Nyberg, y se alzó de golpe. Llegó hasta el pasillo antes de que el vidrio a su espalda saltara hecho añicos, antes de que todos los vidrios del tren volaran en pedazos con un sonido agudo y seco que se mezcló con los gritos de terror, todo ello casi ahogado por el continuo estruendo del ataque. Las luces se apagaron, y Nyberg notó que algo frío, húmedo y cargado de vida le caía sobre la nuca y empezaba a morder.
Las aspas del  helicóptero cortaban la  oscuridad que cubría el  bosque de
Raccoon.
Rebecca Chambers estaba sentada muy tiesa, esforzándose por parecer tan tranquila como los hombres que la rodeaban. El ambiente era serio, tan sombrío y
nublado como los cielos que cruzaban. Las bromas y los chistes se habían quedado atrás, en la reunión informativa. No se trataba de un ejercicio de entrenamiento. Tres  personas más,  tres  excursionistas, habían desaparecido, un  hecho  no  tan extraño en un bosque tan grande como el que rodeaba Raccoon, pero con la ola de asesinatos salvajes que habían aterrorizado a la pequeña población durante las últimas semanas, la palabra «desaparecido» había adquirido un nuevo significado. Sólo unos pocos días antes se había encontrado a la novena víctima, tan destrozada y  mutilada  como  si  la  hubieran  pasado  por  una  picadora  de  carne.  Estaban matando a gente. Algo o alguien atacaba salvajemente en los alrededores de la ciudad, y la policía de Raccoon no estaba obteniendo ningún resultado. Finalmente habían llamado al comando local de los STARS para que colaborase en la investigación.
Rebecca alzó ligeramente la barbilla, en un destello de orgullo que superó su nerviosismo. Aunque estaba graduada en bioquímica, la habían asignado al equipo Bravo como médico de campo. Hacía menos de un mes que pertenecía al grupo.
Mi primera misión. Lo que quiere decir que más vale que no la fastidie.
Respiró hondo y soltó el aire lentamente, mientras intentaba mantener una expresión neutra.
Edward le dedicó una sonrisa alentadora, y Sully se inclinó hacia adelante en la abarrotada cabina para darle una palmadita tranquilizadora en la pierna. Al parecer, su fingida calma no colaba. A pesar de todo lo lista que era y de lo preparada que estaba para iniciar su carrera, no podía hacer nada respecto a su edad, o respecto a parecer aún más joven. A sus dieciocho años, era la persona más joven que los STARS habían aceptado nunca, desde su creación en 1967. Y como era la única mujer en el equipo B de Raccoon, todos la trataban como si fuera su hermana pequeña.
Suspiró, le devolvió la sonrisa a Edward y le hizo un gesto a Sully con la cabeza. No era tan terrible tener un puñado de tipos duros como hermanos mayores, vigilándola. Siempre y cuando entendieran que podía cuidar de sí misma
cuando hiciera falta.
Eso creo, añadió para sí en silencio. Después de todo, era su primera misión, y aunque estaba en perfecta forma física, su experiencia en combate se limitaba a las simulaciones de vídeo y a las misiones de entrenamiento de fin de semana. La
Escuadra de Tácticas Especiales y Rescates la quería en sus laboratorios, pero era obligatorio cubrir un tiempo en servicio de campo, y Rebecca necesitaba experiencia. De todas formas, inspeccionarían los bosques en grupo. Si se encontraban con la gente o con los animales que habían estado atacando a los habitantes de Raccoon, tendría quien le cubriera las espaldas.
Se vio el destello de un rayo hacia el norte, cerca. El ruido del trueno se perdió bajo el rugido del helicóptero. Rebecca se inclinó ligeramente hacia adelante e intentó penetrar la oscuridad. Había sido un día claro y despejado, pero justo antes de la puesta de sol habían comenzado a formarse nubes. No cabía duda de que volverían a casa mojados. Al menos iba a ser una lluvia cálida; supuso que podría ser mucho…
¡Boom!
Había estado tan concentrada pensando en la tormenta que se cernía sobre ellos, que durante un segundo, incluso mientras el helicóptero se inclinaba peligrosamente y caía, creyó que se trataba del ruido de un trueno. Desde la cabina se fue alzando un terrible gemido agudo y el suelo empezó a vibrar bajo sus botas. Captó el olor caliente del metal quemado y del ozono.
¿Un rayo?
—¿Qué ha sido eso? —gritó alguien. Era Enrico, desde el asiento del copiloto.
—¡El  motor  ha  fallado!  —explicó  a  gritos  el  piloto,  Kevin  Dooley—.
¡Aterrizaje de emergencia!
Rebeca se sujetó con fuerza a un hierro de la estructura y miró hacia sus compañeros para evitar la visión de los árboles, que subían rápidamente hacia ellos. Observó el gesto decidido y serio del mentón de Sully, los dientes apretados de Edward y la mirada de preocupación que intercambiaron Richard y Forest mientras se agarraban a los salientes de la estructura y los asideros de la vibrante pared. Delante, Enrico estaba gritando alguna cosa, algo que Rebecca no pudo descifrar por encima del sonido agonizante del motor. Cerró los ojos durante un instante, pensó en sus padres… Pero el viaje era demasiado violento como para poder pensar. Los golpes y los azotes de las ramas de los árboles sacudían el helicóptero con tal estruendo que lo único que pudo hacer Rebecca fue no perder la esperanza. El helicóptero giró fuera de control y se precipitó describiendo una espiral escalofriante, entre sacudidas y bandazos.
Un segundo después todo había acabado. El silencio fue tan repentino y completo que Rebecca pensó que se había quedado sorda. Todo movimiento se detuvo. Entonces oyó el goteo sobre el metal, el jadeo ahogado del motor y los
feroces latidos de su propio corazón. Se dio cuenta de que estaban en tierra. Kevin lo había logrado, y sin un solo rebote.
—¿Estáis todos bien? —Enrico Marín, el capitán, estaba medio vuelto en el asiento.
Rebecca unió su gesto inseguro al coro de afirmaciones.
—¡Bien pilotado, Kev! —exclamó Forest, y se alzó un nuevo coro. Rebecca estaba totalmente de acuerdo.

—¿Funciona la radio? —preguntó Enrico al piloto, que estaba dando golpecitos a los controles y moviendo los interruptores.
—Parece que se ha frito toda la parte eléctrica —contestó Kev—. Debe de
haber sido un rayo. No nos ha dado de lleno, pero ha pasado lo suficientemente cerca. La baliza tampoco funciona.
—¿Se puede arreglar?
Enrico formuló la pregunta para todos, pero miró a Richard, que era el oficial de comunicaciones. A su vez, Richard miró a Edward, que se encogió de hombros.
Edward era el mecánico del equipo Bravo.
—Voy a echarle una ojeada —repuso Edward—, pero si Kev dice que el transmisor está quemado, es que seguramente lo está.
El capitán asintió con un lento movimiento de cabeza mientras se acariciaba
el  bigote  con  una  mano  y  consideraba  qué  opciones  tenían.  Pasados  unos segundos, suspiró.
—Llamé  cuando  el  rayo  nos  alcanzó,  pero  no    si  el  mensaje  salió 
informó—.  Tienen  nuestras  últimas  coordenadas.  Si  no  informamos  pronto,
vendrán a buscarnos.
Los que vendrían a buscarlos eran el equipo Alfa de los STARS. Rebecca asintió con los demás, sin estar segura de si debía estar decepcionada o no. Su
primera misión había acabado incluso antes de empezar.
Enrico volvió a tocarse el bigote, atusándoselo en las comisuras de la boca con los dedos índice y pulgar.
—Todo el mundo afuera —ordenó—. Veamos dónde estamos.
Salieron uno a uno de la cabina. Rebecca se fue dando cuenta de la situación en  la  que  se  hallaban  mientras  se  iban  reuniendo  en  la  oscuridad.  Tenían muchísima suerte de estar vivos.
Nos ha caído un rayo. Y mientras buscamos asesinos locos, ni más ni menos, pensó,
sorprendiéndose. Incluso si la misión había concluido, sin duda había sido lo más excitante que le había pasado nunca.
El aire se notaba cálido y cargado de la inminente lluvia. Las sombras eran profundas. Pequeños animales correteaban por el sotobosque. Se encendieron un
par de linternas y los haces de luz cortaron la oscuridad mientras Enrico y Edward rodeaban el helicóptero examinando los daños. Rebecca sacó su linterna de la mochila, aliviada de no habérsela olvidado.
—¿Cómo lo llevas?
Rebecca se volvió y vio a Ken «Sully» Sullivan sonriéndole. Había sacado su arma, y el cañón de la nueve milímetros apuntaba hacia el nuboso cielo, recordándole tristemente cuál era la razón de su presencia allí.
—Realmente sabéis cómo hacer una entrada sonada, ¿no? —bromeó, devolviéndole la sonrisa.
El hombre alto rió, y los blancos dientes resaltaron contra la oscuridad de la
piel.
—La verdad es que siempre hago esto para los nuevos reclutas. Es un gasto en helicópteros, pero tenemos que mantener nuestra reputación.
Rebecca estaba a punto de preguntar qué opinaría el jefe de policía de ese gasto —era nueva en la zona, pero ya había oído decir que el jefe Irons era famoso por su tacañería— cuando Enrico se unió a ellos, sacando su arma y alzando la voz para que todos pudieran oírlo.
—De acuerdo, chicos. Abrámonos en abanico e inspeccionemos los alrededores. Kev, quédate en el helicóptero. El resto, no os separéis demasiado,
sólo quiero que aseguréis la zona. El equipo Alfa podría estar aquí en menos de una hora.
No completó la frase, no dijo que también podría pasar mucho más tiempo, pero era innecesario. Al menos por el momento, estaban solos.
Rebecca sacó la nueve milímetros de la funda y comprobó cuidadosamente los cargadores y la recámara como le habían enseñado, con el arma en posición vertical para evitar apuntar a alguien sin darse cuenta. Los otros se movían a ambos lados, comprobando sus armas y encendiendo las linternas.
Rebecca respiró hondo y comenzó a andar en línea recta, enfocando el rayo de luz de la linterna hacia adelante. Enrico estaba sólo a unos cuantos metros y avanzaba en paralelo a ella. Se había alzado una fina neblina baja, que se enrollaba entre los matojos como una marea fantasmal. A unos doce metros, los árboles se abrían y formaban un sendero lo suficientemente ancho para considerarse una carretera  pequeña,  aunque  la  niebla  le  impedía  estar  segura.  Todo  estaba  en silencio  excepto  por  los  truenos,  que  sonaban  más  cerca  de  lo  que  se  había esperado; tenían la tormenta casi encima. El haz de luz iluminó árboles, luego oscuridad y luego otra vez árboles, con un destello de lo que parecía…
—¡Mire, capitán!
Enrico se puso a su lado y, en segundos, cinco luces más se dirigieron hacia el
brillo metálico que Rebecca había visto y lo iluminaron: una estrecha carretera de tierra y un jeep volcado. Mientras el equipo se acercaba, Rebecca pudo ver las letras PM grabadas en un lado. Policía Militar. Vio una pila de ropa que salía por el parabrisas roto y frunció el entrecejo. Se acercó para ver mejor y, mientras rebuscaba el kit médico, corrió a arrodillarse junto al jeep volcado. Ya antes de agacharse supo que no podría hacer nada. Había tanta sangre…
Dos  hombres.  Uno  había  salido  disparado  limpiamente  y  yacía  a  unos
cuantos metros. El otro, el hombre rubio que tenía ante sí, aún tenía medio cuerpo dentro  del  jeep.  Ambos  llevaban ropa  militar  de  trabajo. El  rostro  y  la  parte superior  del  cuerpo  de  ambos  habían  sido  horriblemente  mutilados.  Tenían grandes desgarros en la piel y en los músculos, y unas heridas profundas en el cuello. Era imposible que fueran resultado del accidente.
Pensativa, Rebecca le buscó el pulso y se fijó en que la piel estaba muy fría. Se incorporó y fue hacia el otro cadáver; de nuevo buscó alguna señal de vida, pero estaba tan frío como el primero.
—¿Crees que son de Ragithon? —preguntó Richard. Rebecca vio un maletín junto a la pálida mano extendida del segundo cadáver y fue a buscarlo medio agachada. La respuesta de Enrico le llegó mientras levantaba la tapa del maletín.
—Es la base más cercana, pero mira la insignia. Son marines. Podrían ser de
Donnell —dijo.
Sobre un puñado de carpetas de informes había un sujetapapeles con un documento de aspecto oficial. En la esquina superior izquierda se veía la foto de carnet de un hombre apuesto y de ojos oscuros vestido de civil. Ninguno de los cadáveres se le parecía. Rebeca alzó las hojas y leyó en silencio… y se le quedó la boca seca.
—¡Capitán! —consiguió decir, mientras se levantaba.
Enrico levantó la vista desde donde se hallaba agachado junto al jeep.
—¿Sí? ¿Qué ocurre?
Rebecca leyó en voz alta la parte relevante.
—Una orden judicial para transportar a alguien… «Prisionero William Coen, ex  teniente,  de  veintiséis  años  de  edad.  Sometido  a  un  consejo  de  guerra  y
sentenciado a muerte el 22 de julio. El prisionero será transportado a la base de
Ragithon para ser ejecutado.»
El teniente había sido acusado de asesinato en primer grado.
Edward le cogió el documento de las manos. Dijo en voz alta y cargada de furia lo que ya se estaba formando en la mente de Rebecca.
—Estos pobres soldados. Sólo estaban haciendo su trabajo, y ese canalla los ha asesinado y se ha escapado.
Enrico, a su vez, le tomó los documentos de las manos a él y les echó una rápida ojeada.
—Muy  bien,  muchachos. Cambio  de  planes.  Tenemos  un  asesino  suelto. Separémonos y reconozcamos la zona más próxima, a ver si podemos localizar al
teniente Billy. Manteneos alerta e informad cada quince minutos, pase lo que pase.
Todos hicieron gestos de asentimiento. Rebecca respiró hondo mientras los otros comenzaban a moverse y comprobó su reloj, decidida a ser tan profesional como  cualquier  otro  componente  del  equipo.  Quince  minutos  sola,  ningún
problema. ¿Qué podía pasar en quince minutos? Sola, en medio de esos bosques tan oscuros.
—¿Tienes tu radio?
Rebecca pegó un bote y se volvió al oír la voz de Edward. El mecánico estaba justo a su espalda y le dio una palmadita en el hombro, sonriendo.
—Tranquila, nena.
Rebecca le devolvió la sonrisa, aunque odiaba que la llamaran «nena». ¡Por el amor de Dios, Edward sólo tenía veintiséis años! Rebecca dio unos golpecitos a la unidad de radio que colgaba de su cinturón.
—Comprobado.
Edward hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se alejó. Su mensaje era
claro y tranquilizador. Rebecca no estaría realmente sola, no mientras tuviera la radio. Miró alrededor y vio que algunos de los otros ya estaban fuera de su vista. Kevin seguía en el asiento del piloto y estaba examinando el portafolios que ella había encontrado. La vio y le dedicó un saludo militar. Rebecca alzó el pulgar y cuadró los hombros mientras volvía a desenfundar su arma y se adentraba en la noche. En lo alto, retumbó un trueno.
Albert Wesker se hallaba sentado en la planta de tratamiento Con B1. La única luz en la sala provenía del parpadeo de seis monitores de observación, que cambiaban de imagen en rotaciones de cinco segundos. Se veían todos los niveles del centro de formación, los pisos superior e inferior de la planta de tratamiento del agua y el túnel que conectaba a los dos. Contempló las silenciosas pantallas en blanco y negro sin verlas realmente; la mayor parte de su atención estaba centrada en la transmisión que estaba recibiendo de los del comando de limpieza. Un grupo de tres hombres —bueno, dos y el piloto— estaba de camino en helicóptero, en silencio la mayor parte del tiempo; eran profesionales y no perdían el tiempo con bromas de machos o chistes de jovencitos, lo que significaba que Wesker estaba oyendo un montón de estática. Ningún problema; el ruido blanco combinaba bien con los rostros inexpresivos de mirada fija que veía en los monitores, los cuerpos destrozados tirados  por  los  rincones,  los  hombres  que  habían  sido  infectados vagando sin rumbo por los corredores vacíos. Como en la mansión y los laboratorios Arklay, a unos cuantos kilómetros de allí, los campos privados de entrenamiento de White Umbrella y los centros conectados a ellos habían sido atacados por el virus.
—Tiempo de llegada estimado, treinta minutos, cambio —dijo el piloto, y su
voz resonó en la sala tenuemente iluminada.
—Recibido —contestó Wesker, inclinándose sobre el micro.
De  nuevo  silencio.  No  hacía  falta  hablar  sobre  lo  que  ocurriría  cuando llegaran al tren… y, aunque era un canal seguro, era mejor no decir más de lo
estrictamente necesario. Umbrella se había cimentado en el secreto, una característica del gigante farmacéutico que, en los niveles superiores de gestión, todos  seguían  respetando.  Incluso  de  los  negocios  legítimos  de  la  compañía, cuanto menos se hablase, mejor.
Todo se está viniendo abajo, pensó Wesker sin preocuparse, mientras observaba las pantallas. La mansión Spencer y los laboratorios que la rodeaban habían caído a mediados de mayo. White Umbrella lo tomó como un «accidente», y se sellaron los laboratorios hasta que los investigadores y el personal infectado pasaran a ser
«inefectivos». Después de  todo, siempre ocurren errores. Pero la  pesadilla del centro de formación, que aún se estaba representando ante él, había sucedido a continuación, menos de un mes después…, y hacía sólo unas cuantas horas, el
maquinista del tren privado de Umbrella, el Expreso Eclíptico, había apretado el botón de alarma de peligro biológico.
Así que no sirvió de nada encerrarlo,  el virus se filtró y se esparció. Es así de simple,
¿no?
En el comedor del centro de formación había un puñado de reclutas infectados. Uno de ellos caminaba en círculos irregulares alrededor de lo que había sido una bonita mesa. Le goteaba algún fluido viscoso de una fea herida en la cabeza mientras avanzaba a trompicones, sin conciencia de dónde estaba, ni del dolor, ni de nada. Wesker apretó varias teclas del panel de control que se hallaba bajo el monitor para impedir que la imagen cambiara. Se recostó en la silla y se dedicó a observar al caminante condenado dar vueltas alrededor de la mesa.
—Podría haber sido sabotaje —dijo en voz baja. No podía estar seguro. De ser
así, estaba preparado para parecer natural; un vertido en el laboratorio de Arklay, un aislamiento incompleto. Unas cuantas semanas después, un par de excursionistas desaparecidos, posiblemente obra de uno o dos sujetos experimentales escapados; y unas semanas más tarde, infección en el segundo centro de White Umbrella. Era muy improbable que uno de los portadores del virus  hubiera  ido  a  parar  por  casualidad  a  uno  de  los  otros  laboratorios  de Raccoon, pero era posible. Excepto que en ese momento tenía que pensar también en el tren. Y eso no parecía un accidente. Daba la sensación de estar… planeado.
Mierda,  podría haberlo hecho yo mismo, si se me hubiera ocurrido.
Desde hacía algún tiempo había estado buscando la forma de salir de todo
esto, cansado de trabajar para una gente que eran claramente inferiores a él, y plenamente consciente de que pasar demasiado tiempo en la nómina de White Umbrella no era muy aconsejable para la salud. Y ahora pretendían que condujera a los STARS a la mansión y a los laboratorios de Arklay para descubrir qué tal lo hacían las mascotas guerreras de Umbrella contra soldados armados. ¿Y les preocupaba que él pudiera morir en la misión? En absoluto, siempre y cuando registrara los datos primero, de eso estaba seguro.
Investigadores,  médicos,  técnicos,  cualquiera  que  trabajara  para  White
Umbrella durante más de una década o dos tenía la costumbre de acabar desapareciendo o muriendo. George Trevor y su familia, el doctor Marcus, Dees, el doctor Darius, Alexander Ashford… Y ésos eran sólo los nombres de los más importantes. Sólo Dios sabía cuánta gente menos importante había acabado enterrada en alguna parte… o se había transformado en el sujeto experimental A, B o C.
La sombra de una sonrisa se le formó en la comisura de la boca. Pensándolo bien, él sí que tenía una buena idea de cuántos. Trabajaba para White Umbrella desde finales de los años setenta, y la mayor parte de ese tiempo había estado destinado al área de Raccoon. Y había visto a los matasanos utilizar a un buen número de sujetos experimentales, muchos de los cuales él mismo había ayudado a conseguir. Tendría que haber dejado Umbrella hacía ya tiempo, y si lograba conseguir los datos que querían los peces gordos, quizá hasta podría lanzarse a una pequeña escaramuza de buen regateo, un regalo de despedida para financiar su jubilación. White Umbrella no era el único grupo interesado en la investigación de armas biológicas.
Pero primero, una buena limpieza al tren.
Y a este  lugar, pensó, contemplando cómo el soldado con la herida en la cabeza tropezaba con una silla e iba a parar al suelo. El centro de formación estaba conectado con la planta «privada» de tratamiento del agua por un túnel subterráneo; se tendría que despejar todo.
Pasaron unos segundos, y el soldado que se veía en la pantalla consiguió
ponerse en pie y siguió su paseo a ninguna parte. Parecía tener un tenedor clavado en el hombro derecho, un recuerdo de la caída. El soldado, naturalmente, no lo notó. Se trataba de una enfermedad encantadora. Sin duda se habrían dado el mismo  tipo  de  escenas  en  los  laboratorios  Arklay,  de  eso  Wesker  estaba convencido; las últimas llamadas desesperadas desde el laboratorio en cuarentena habían mostrado un retrato muy vívido de la gran efectividad del virus-T. Eso también se tendría que limpiar, pero no hasta que hubiera llevado allí a los STARS para un pequeño ejercicio de entrenamiento.
Iba a ser un encuentro interesante. Los STARS eran buenos, él personalmente había elegido a la mitad de ellos, pero nunca se habían enfrentado a nada parecido al virus-T. El soldado agonizante de la pantalla era un ejemplo perfecto: cargado
del virus recombinante, seguía recorriendo el comedor, incansable, lenta y estúpidamente. No  sentía ningún dolor, y atacaría sin dudarlo a  cualquiera o cualquier cosa que se cruzara en su camino, con el virus buscando constantemente nuevos portadores a los que infectar. Aunque el vertido original supuestamente había contaminado el aire, pasado ese tiempo, el virus sólo se contagiaba a través de los fluidos corporales. Por la sangre, o por un mordisco. Y el soldado tan sólo era un hombre, a fin de cuentas; el virus-T atacaba a todo tipo de tejido vivo, y había  otros…  animales… para  ver  en  acción,  incluyendo desde  creaciones de laboratorio a la fauna local.
Enrico   debería  de   tener   ya   a   los   Bravo   en   acción,  buscando  a   los excursionistas desaparecidos, pero no era muy probable que encontraran nada allí
donde había planeado buscar. Muy pronto, Wesker se encargaría de organizar una excursión de los dos equipos a la «desierta» mansión Spencer. Entonces borraría todas las pruebas, iniciaría su nueva y rica vida, y mandaría al infierno a White Umbrella, al infierno su vida de agente doble, jugando con las vidas de hombres y mujeres que no le importaban en absoluto.
El hombre agonizante de la pantalla volvió a caerse, consiguió levantarse con esfuerzo y continuó dando vueltas.
—A por el oro, muchacho —dijo Wesker, y soltó una risita que resonó en el oscuro vacío.
Algo se movió entre los matorrales. Algo mayor que una ardilla.
Rebecca se volvió hacia el sonido mientras dirigía el haz de la linterna y su
nueve milímetros hacia el matojo. La luz captó el final del movimiento, las hojas aún se movían y la luz de la linterna temblaba al mismo ritmo. Se acercó un paso, tragando saliva y contando hacia atrás desde diez. Fuera lo que fuera, se había ido.
Un mapache, seguro. O quizá el perro de alguien que se ha escapado.
Miró el reloj convencida de que debía de ser la hora de regresar, pero vio que únicamente había estado sola durante poco mas de cinco minutos. No había visto u oído nada desde que se alejó del helicóptero; era como si todos los demás hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
O he desaparecido yo, pensó sombría. Bajó ligeramente el cañón de la pistola y
miró hacia atrás para comprobar su posición. Había estado dirigiéndose más o menos hacia el suroeste del lugar donde habían aterrizado; seguiría adelante durante unos minutos y luego…
Rebecca parpadeó sorprendida al ver una pared de metal bajo la luz de la linterna, a menos de diez metros. Recorrió la superficie con el haz y vio ventanas, una puerta…
—Un tren —murmuró, frunciendo el entrecejo. Le parecía recordar algo sobre
una vía en aquella zona… Umbrella, la corporación farmacéutica, tenía una línea privada que iba de Latham a Raccoon City, ¿no? No estaba muy segura de la historia porque no era de la región, pero juraría que la compañía se había fundado en Raccoon. La sede principal de Umbrella se había trasladado a Europa hacía algún tiempo, pero aún seguían siendo los dueños de casi toda la ciudad.
¿Y qué hace esto aquí, en medio del bosque, a estas horas de la noche?
Recorrió el tren de arriba abajo con el haz de luz y descubrió que había cinco vagones altos, de dos pisos cada uno. Justo bajo el techo del vagón que tenía delante vio escrito EXPRESO ECLÍPTICO. Había unas cuantas bombillas encendidas, pero eran muy tenues, con una luz casi incapaz de atravesar las ventanas, y de éstas, varias estaban rotas. Le pareció ver la silueta de una persona junto a una de las que permanecían intactas, pero no se movía. Quizá estuviera durmiendo.
O herida, o muerta.  Tal vez esta cosa se detuvo porque Billy Coen encontró la manera
de llegar a la vía.
¡Menuda  idea!  En  ese  mismo  momento  podía  encontrarse  dentro,  con
rehenes. Había llegado la hora de pedir refuerzos. Movió la mano hacia la radio, pero se detuvo.
O quizá el tren se averió hace un par de semanas  y todavía sigue aquí, y todo lo que
encontrarás dentro será una colonia de marmotas.
¿Se burlarían los del equipo de eso? No, se mostrarían muy amables, pero ella tendría que aguantar que le tomaran el pelo durante semanas o incluso meses por
pedir refuerzos para entrar en un tren vacío.
Volvió a mirar el reloj y vio que habían pasado dos minutos desde la última vez. De repente, sintió que una gota de un líquido frío le caía en la nariz y después otra en el brazo. Luego oyó el repique suave y musical de cientos de gotas que
caían sobre las hojas y la tierra, y finalmente de miles, cuando la tormenta por fin se desencadenó.
La lluvia decidió por ella; echaría un vistazo rápido al interior del tren antes
de regresar, sólo para asegurarse de que todo estaba como debería estar. Si Billy no rondaba por ahí, al menos podría informar de que el tren parecía estar despejado. Y si él estaba allí…
—Tendrás que vértelas conmigo —murmuró, y sus palabras se perdieron en el estruendo de la tormenta, que fue arreciando mientras ella avanzaba hacia el tren.

Bueno mis amigos,asi concluye este emocionante episodio.Concluira el martes con el capitulo 2

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